🎢 Cómo me enfrenté a la ansiedad y volví a encontrar mi calma
desarrollo personal
Hace unas semanas, viví un momento hermoso y a la vez muy duro: mi papá vino a visitarme a Mallorca después de tres años sin vernos. Llegó con Viru, su pareja, y pasamos una semana juntos en casa. Luego nos fuimos cuatro días a Italia con Angel, mi novio, para que se conocieran. El viaje fue increíble, y ellos se llevaron muy bien, pero algo en mí no encajaba como hubiese querido.
A pesar de pasarlo bien, yo estaba inquieta. No los veía hace tanto tiempo, y me golpeó darme cuenta de cuánto los echaba de menos. Sentí nostalgia, una melancolía profunda, y algo de rabia conmigo misma por no haber hecho el esfuerzo de ir a Argentina antes. Era una mezcla extraña de emociones. Por otro lado, tenía un cambio laboral en puerta que me generaba mucha presión. En teoría era para mejor, pero no dejaba de ser un cambio impuesto, y pensé que todos mis nervios venían de ahí.
Lo que no esperaba era lo que sucedió el segundo día que mi papá estaba en casa: me agarró un ataque de ansiedad y no pude dormir. Me pasó de nuevo la última noche del viaje a Italia. Cuando volvimos a casa, estuve bien una semana, pero pronto tenía que viajar por trabajo y, honestamente, no tenía nada de ganas. Sentía que mi energía estaba por el suelo después de esos días tan intensos. La noche antes de viajar no dormí nada, me levanté de mal humor, y finalmente, cuando estaba en el avión, nos bajaron porque el aeropuerto de destino estaba cerrado por neblina.
Ese fue el inicio de mi peor pesadilla. A partir de esa noche, durante diez días, no podía conciliar el sueño. Los ataques de ansiedad, temblores, y llanto se apoderaron de mí. Me volví prisionera de mi propio miedo a dormir. Nunca pensé que algo tan natural, tan necesario como el descanso, se convertiría en mi peor temor. No podía comer, estaba apática, deprimida, y me encerré en un infierno de pensamientos constantes sobre la hora de dormir. Llegué a urgencias para que me ayudaran porque no podía más. Me recetaron algo para dormir, lo tomé una vez, pero luego me arrepentí porque no quería depender de eso.
Fue entonces cuando todo cambió. Me encontré con mi profesor de PNL, que también es terapeuta, y me dijo que me podía atender. Fui ese mismo día. No dormí perfecto, pero la sensación de miedo desapareció. El terror que sentía por las noches, ese que me paralizaba, comenzó a desvanecerse. Hubo un día más de llanto, pero después de eso, empecé a mejorar. Comencé a comer, aunque me tenía que forzar. Volví poco a poco a mi rutina, al gimnasio, a las cosas que antes me llenaban, aunque sin presionarme.
Luego de mi segunda sesión con él, en la tercera semana, todo empezó a cambiar. Empecé a dormir mejor y, si no lo lograba, no pasaba nada. Cerraba los ojos y descansaba, sin miedo. Mi cuerpo empezó a responder: comía bien, mi sistema digestivo mejoraba, incluso tuve un brote de granitos que se empezó a curar, como si mi cuerpo estuviera depurando lo que había acumulado. Sentí que algo dentro de mí se estaba sanando.
Lo más revelador de todo esto es que me di cuenta de que mi ansiedad no tenía nada que ver con el trabajo. Iba mucho más allá, iba a lo profundo: a mi familia, a la muerte de mi mamá, a la relación con mi papá, a años de reprimir emociones. Todo estaba ahí, en mi niña interior lastimada, esperando a ser sanado. Y cuando lo entendí, comencé a mejorar. Sigo en terapia, sigo trabajando en mí, pero ya no siento esa ansiedad devastadora ni esa depresión que me apagaba. Ahora sé que hay una luz al final del túnel.
Y en medio de todo esto, no puedo dejar de mencionar lo afortunada que fui por la gente que me rodea. Mi novio, mi papá, mi terapeuta, e incluso amigos que siempre estuvieron presentes. El apoyo que recibí fue fundamental para salir adelante. En esos momentos en los que me sentía tan vulnerable, tener a alguien a mi lado, alguien que escuchara o simplemente estuviera, fue una bendición. Es importante rodearse de personas que te sostienen cuando tú no puedes sostenerte por ti mismo. Su amor y apoyo hicieron toda la diferencia.
Comparto esto porque sé lo difícil que es lidiar con la ansiedad y la desesperación de no saber cuándo va a acabar. Pero también sé que hay salida, que con el apoyo adecuado y el tiempo, se puede volver a encontrar la calma. Si estás pasando por algo así, no estás solo. Busca ayuda, no te rindas, y date el permiso de sanar. Todo llega a su tiempo.